01 julio 2006

ECOLOGIA PARA EL ESPÍRITU
















Ecología para el espíritu
Es lo que propone Miguel Grinberg en sus charlas visionarias.

En 1970, en el tema "Dios", de su primer disco solista, John Lennon declaró con cuatro palabras el fin de una etapa. El sueño se acabó, aseveró el entonces ex Beatle, luego citado innumerables veces para titular, más allá de la separación del cuarteto de Liverpool, el ocaso de la revolución hippie de la década del sesenta, que significativamente terminó antes que uno de sus principales disparadores: la Guerra de Vietnam, que se extendería hasta 1972.

Pero la semilla había sido sembrada. Las flores, los símbolos de la paz, el pelo largo, el rock y la apertura a la experimentación en los más diversos ámbitos no tardaron en prender, con distintos grados de reflexión y frivolidad, entre jóvenes de buena parte del mundo. Entonces, en remotos países, como la Argentina, surgían dos cuestiones fundamentales: ¿cómo adoptar y teñir la subcultura norteamericana de color local? ¿Qué hacer con ella mientras sus tripulantes originales abandonaban el barco (o la balsa, en todo caso)?

En Buenos Aires, Miguel Grinberg fue uno de los actores sesentistas que más se preocupó por estas dos cuestiones. Y que de algún modo lo sigue haciendo. En 1964, realizó un viaje de costa a costa por los Estados Unidos durante el que se expuso tanto a los poetas beatniks como a los albores del hippismo. Protagonista extramusical de los inicios del rock argentino (y su cronista, en el libro Cómo vino la mano), con el tiempo trasladó naturalmente ciertos principios básicos del Verano del amor al activismo ecologista y, después, a la llamada ecología espiritual.

Sembrar el jardín

A los 65 años, vive "en un puente aéreo constante" entre Buenos Aires y Campinas, Brasil, donde están su mujer, brasileña, y dos de sus cuatro hijos. Y tanto su discurso como su forma de vida responden de algún modo a la pregunta de qué fue de aquel sector más idealista de la generación Woodstock. Incluso alcanza con oír su contestador automático porteño: ¿Qué tal? ¿Cómo va? El siglo XXI no es un lugar en el calendario, es un estado de ánimo. ¿Cómo andamos de ánimo? Después de la señal puede dejar un mensaje. Después del ánimo viene el éxtasis. ¿Dónde estamos?

En vivo resulta un poco más claro. "No soy un predicador, no trato de formar un nuevo movimiento; no tengo buenas experiencias al respecto, ya comprobé la fragilidad de nuestra cultura, la dificultad de los argentinos para sumar. Yo soy un sembrador espiritual", se define este poeta, periodista y traductor (particularmente de la obra del místico monje cristiano Thomas Merton, al que conoció personalmente). Editor de la mítica revista Mutantia y participante de numerosos foros y organizaciones ecologistas internacionales en las últimas décadas, Grinberg retoma por estos días exposición pública con un ciclo de charlas visionarias titulado El sentido de la creación, en el Palais de Glace (mañana, a las 19.30, el tema será La vida), auspiciado por la Secretaría de Cultura de la Nación.

La ecología espiritual, dice, se basa en una consigna: fusionar el "entorno" y el "interno" del individuo. "Hasta ahora, esos rumbos estuvieron divorciados. O se luchaba por el medio ambiente (un camino externo) o se cortaban los nexos y se cultivaba solamente el sendero introspectivo", observa uno de los organizadores de las histórica reuniones de rockeros en Parque Centenario a principios de los años setenta.

Alejado de la "ecología de denuncia", por considerarla reaccionaria, y también de la "mercantilista" New Age, Grinberg propone "un ecologismo generativo" para "ver qué ponemos en el lugar de lo que no funciona". Y se entusiasma (como cuando leyó el primer poema de Allen Ginsberg) al hablar de proyectos de las más diversas organizaciones no gubernamentales, como las bioaldeas (sofisticadas versiones de los intentos comunitarios hippies) y los "programas de comunidades agroindustriales autosufícientes".

"Hay una fractura de todo lo que sustentó el siglo XX. Siento un brote parecido al de los sesenta, que fue una década descomunal en todos los órdenes; un florecimiento que se fue descomponiendo en parte por la utopía de la violencia, la revolución armada que desembocó en tragedia - reconoce -. Aunque el presente parezca sombrío, estamos en el medio de un reverdecer, y yo trabajo en ese jardín. No sé hacer otra cosa."

Daniel Flores - La Nación 05/06/02

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