23 noviembre 2006

EN EL REINO DEL SOL


Machu Picchu, ciudad sagrada de los incas
Por Frei Betto


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En 1911 un arqueólogo estadounidense, Hiram Bingham, de 38 años, descubrió Machu Picchu, santuario inca situado en la región del alto Amazonas peruano. Hace unos días estuve allí. No hay ningún otro vestigio de la Amerindia que se pueda comparar a la belleza fastuosa de ese lugar pegado al cielo.

El imperio inca duró dos siglos (1300-1532), jefeado por una dinastía de doce incas, palabra que significa rey o emperador, todos ellos venerados por sus súbditos como hijos del dios Sol.

Los conquistadores españoles, aunque numéricamente inferiores, lograron destruir, en el siglo 16, una de las más sofisticadas civilizaciones indígenas. Movidos por el ansia de oro y plata, que para los incas sólo tenían valor ornamental, y por una óptica religiosa que juzgaba como idólatras todas las creencias no católicas, los secuaces de Pizarro exterminaron a los incas. Se aseguraron la victoria gracias a la superioridad de sus armas, como arcabuces y cañones, y a las dimensiones internas de un reino dividido entre dos hermanos, Atahualpa y Huáscar. Si los españoles hubieran llegado en 1450 la historia sería distinta.

Maravillados con el esplendor de Cuzco, capital del imperio inca, la más populosa ciudad de la Amerindia, los conquistadores se entrevistaron con los sobrevivientes del holocausto indígena (que sacrificó en todo el Continente, sólo en el primer siglo después del desembarco de Colón, cerca de 25 millones de nativos). Ni siquiera los ancianos mayores de noventa años hicieron ninguna mención de Machu Picchu.

Se supone que apenas un selecto grupo de la nobleza inca tenía conocimiento de la existencia de la ciudad sagrada, toda de granito, madera y fibras vegetales, erguida a 2.350 metros de altitud, en el ápice de un conjunto de escarpadas montañas de extraordinaria exhuberancia, en la más inaccesible región de los Andes. Edificada posiblemente a mediados del siglo 15 para servir de refugio a la nobleza inca, amenazada por tribus amazónicas, Machu Picchu albergaba a nobles, científicos (astrónomos, botánicos, médicos, etc.), sacerdotes y vírgenes consagradas al Sol. Allí vivió, con certeza, Tupac Amaru, el último emperador inca, asesinado por los españoles en 1572.

En todo el reino, que se extendía desde el Ecuador hasta Chile, las más hermosas niñas de 8 y 9 años eran recluidas perpetuamente, dedicadas a confeccionar vestidos y utensilios domésticos. Algunas, después de los 16 años, eran desposadas por nobles o añadidas al harén de concubinas del emperador. Otras sacrificadas al dios Sol en ceremonias religiosas. Y un tercer grupo permanecía toda su vida apartado de la convivencia social. Es posible que Machu Picchu haya sido, sobre todo, un santuario de vírgenes; y que, no habiendo dejado descendientes, se haya difuminado en los siglos posteriores la memoria de su existencia.

Impresiona en la ciudad-santuario la perfecta armonía entre la obra humana y la naturaleza. Los incas consideraban los accidentes geográficos entidades vivas y tenían un agudo sentido del equilibrio ecológico. Poseían avanzados conocimientos astronómicos, comprobados por la localización y arquitectura de los templos de Pachu Picchu, cuyas ventanas señalan con precisión los cambios de estaciones. La agricultura se hacía en terrazas simétricas siguiendo la curvatura de las montañas y por allí, todavía hoy, habitan las llamas, animales usados para el transporte de carga y que proveen de lana y cuero.

Entre los documentos que atestiguan la historia del imperio inca destacan los “Comentarios reales”, de Garcilaso de la Vega (1539-1616), hijo de un capitán español y una princesa inca. Nacido en Cuzco, nos ha dejado un estupendo resumen de los relatos oídos y recogidos acerca de la saga inca. E Hiram Bingham escribió “La ciudad perdida de los incas”, en la cual relata cómo descubrió Machu Picchu.

El acceso a la ciudad sólo es posible a pie, por el sendero de los incas (cuatro días de camino desde Cuzco hasta allá) o por ferrocarril, controlado por la Perurail, cedida a los ingleses durante cuarenta años. El viaje por tren, lento, lleva cuatro horas, eso si los pasajeros tienen más suerte que yo y no se encuentran con un piquete de peruanos que, como protesta contra la concesión dada a los ingleses, exigen también el derecho de explotar vías alternativas, como la apertura de una carretera a través de los desfiladeros andinos.

Si alguna vez existió la utopía evocada por Tomás Moro, Campanella y Marx, de una sociedad en la que todos tenían sus derechos plenamente asegurados, sin duda ésa sería Machu Picchu. Allí se trabajaba para beneficio común, sin que hubiera salario ni pobreza. Y cuando los incas miraban el esplendor de aquellas majestuosas montañas, con sus escarpadas laderas y profundos desfiladeros, divisaban algo más que la belleza natural: veían allí a la Pacha Mama, la Madre Tierra, de cuyo seno extraían vida y a la que daban culto. (Traducción de J.L.Burguet)

- Frei Betto es escritor brasileño, autor de “Sinfonía universal. La cosmovisión de Teilhard de Chardin”, entre otros libros.

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