NUESTRO PROCESO EVOLUTIVO
Por Miguel Grinberg
“He llegado a comprender lo que motivaba a los grandes místicos del pasado y a tantos otros, era algo así como una parte de la gran visión que procede de más allá de la personalidad. Cada uno de nosotros, de una u otra forma, se está sintiendo arrastrado por esa misma visión superior. Se trata de algo más que una visión. Es una potencialidad emergente. Se trata del siguiente eslabón en la cadena de nuestro proceso evolutivo. La humanidad, la especie humana, se halla ahora deseosa de tocar esa fuerza, de eliminar todo aquello que interfiere para llegar a un contacto total. Gran parte de la dificultad para conseguirlo reside en el hecho de que aún no ha nacido el vocabulario con el que podamos referirnos a esta potencialidad, que no es otra cosa que la potencia eterna.”
GARY ZUKAV - El lugar del alma
“He llegado a comprender lo que motivaba a los grandes místicos del pasado y a tantos otros, era algo así como una parte de la gran visión que procede de más allá de la personalidad. Cada uno de nosotros, de una u otra forma, se está sintiendo arrastrado por esa misma visión superior. Se trata de algo más que una visión. Es una potencialidad emergente. Se trata del siguiente eslabón en la cadena de nuestro proceso evolutivo. La humanidad, la especie humana, se halla ahora deseosa de tocar esa fuerza, de eliminar todo aquello que interfiere para llegar a un contacto total. Gran parte de la dificultad para conseguirlo reside en el hecho de que aún no ha nacido el vocabulario con el que podamos referirnos a esta potencialidad, que no es otra cosa que la potencia eterna.”
GARY ZUKAV - El lugar del alma
Las grandes transformaciones de la historia humana no se manifiestan como hechos espectaculares. Todo lo contrario: se perfilan sutilmente sin preanunciar objetivos específicos. Comienzan como sucesos aparentemente aislados o dispersos en la infinitud del tiempo universal, que no es el tiempo medido de las sociedades que nuestra especie. Son como hebras de una inmensa trama que podo a poco va ganando densidad y significado. Cuando se trata de un fenómeno político trascendental, después que ha llegado a sus máximas consecuencias –por ejemplo, la Revolución Francesa– los historiadores se ocupan de resumir sus causas y sus efectos. Los poderes dominantes expresan su interpretación triunfalista, y los derrotados se dedican a conspirar para la restauración del régimen depuesto. Infinidad de guerras civiles nacionales se produjeron a partir de ese tipo de interacciones excluyentes: bastan como referencia las producidas en Estados Unidos (1861/65, con 600 mil muertos) o en España (1936/39, con 500 mil o un millón de caídos en combate o fusilados, según el bando vencedor o vencido).
En el plano cultural, el advenimiento de una novedad absoluta no tiene carácter explícito, no es pre-anunciado: un pintor genial como Picasso o un poeta inspirado como Allen Ginsberg, dadas las condiciones favorables para su impacto en la sensibilidad social, inciden en la consolidación de movimientos inéditos y expresan la sensibilidad de una época. En cuanto a las invenciones científicas y tecnológicas, los inventos se implantan con mayor celeridad dado que el progreso material es irresistible. Así conquistaron la tierra el ferrocarril, el automóvil, la lamparita eléctrica, el teléfono y la radiofonía. Pese a que, en Estados Unidos, al principio frente a las primeras estaciones de radiodifusión se producían manifestaciones de grupos religiosos conservadores que las denunciaban como “agentes del demonio”.
En el contexto social, a mediados de los años 50 se dio por indiscutible una universal crisis moral, espiritual y política, y por fuerza de las ideologías entonces enfrentadas –el capitalismo y el comunismo– algunos autores como el filósofo e historiador estadounidense Lewis Mumford, comenzaron a expresar inequívocamente:
“Se multiplica el número de individuos capaces del cambio ideológico y la transformación personal fundamentales que se han iniciado hace tiempo. Pero los obstáculos para la aparición del hombre unificado [hoy diríamos ‘holístico’] en todo el mundo son formidables; porque las energías que permitirían esa aparición no pueden ser atraídas a la superficie por medios puramente racionales. Igual que los primeros cristianos, hay que observar y aguardar piadosamente, haciendo todos los preparativos conscientes posibles, y comprendiendo no obstante que no basta con un frío acto de voluntad. Cuando llegue el momento propicio y se acepte su desafío, miles y decenas de miles responderán espontáneamente a él, movidos por el sentimiento de compañerismo que originará ese momento. Entonces las fuerzas que se mantenían neutrales o eran contrarias a cualquier plan o propósito más grande se polarizarán también, y se tornarán activamente útiles. Y nacerá un nuevo ser”.
Mumford consideraba que la sociedad es deshumanizada por la cultura tecnocrática y que debe retomar una perspectiva que coloque las emociones, la sensibilidad y la ética en el corazón de la civilización. Ya quedaba claro que dentro de su alma individual el hombre encuentra en forma simbólica todo un universo que parece encerrar los escombros diversos de las culturas pasadas y los módulos germinativos de las futuras. Ahí, dentro de si mismo, el hombre encuentra entremezclados impulsos primitivos y represiones civilizadas, fijaciones tribales y liberaciones axiales (que sirven de eje), letargos animales y vuelos angélicos.
Grupos diversos comenzaban a sostener públicamente que la historia no sólo debe interesarse por la vida formal del hombre en este planeta sino que debe abarcar también las influencias cósmicas que interpenetran nuestro mundo humano. Y que la conciencia es fruto de una revolución espiritual y ética, donde se reconoce la falsa separación entre hombre y naturaleza. En medio de las ruinas espirituales de Oriente y Occidente se preparaba un renacimiento más allá de los límites del nihilismo, el oscurantismo, los fundamentalismos y la desesperación. Aunque a veces no se percibía (y todavía no se percibe del todo) brotaba un nuevo sentido espiritual de convergencia en una unidad mundial sobre la base de la calidad sagrada de la persona humana y el respeto por la pluralidad de las culturas. Este proceso evolutivo parte del centro de una continuidad resplandeciente del ímpetu creador que restituye el hombre a la humanidad y realza su comunión con el universo.
En esta textura, es oportuno citar al pensador búlgaro Omraam Mikhaël Aïvanhov: "La espiritualidad tiene como base las leyes que rigen la vida psíquica del hombre. Por esto los científicos deben reconocer su territorio comprendiendo que existe una ciencia de la vida espiritual, puesto que la vida espiritual se basa en unas leyes. Por tanto, les invito a todos a ampliar su campo de investigación: descubrirán paulatinamente que sus propios descubrimientos no hacen más que corroborar la veracidad de la Enseñanza de los Iniciados. Mientras opongan el mundo físico al mundo espiritual, mientras los separen, por muy grandes que sean los progresos de las ciencias, estos progresos los dejarán insatisfechos porque son exteriores a ellos. Evidentemente les proporcionarán medios para actuar sobre la materia, pero se pueden tener todos los medios para actuar sobre la materia y sentirse vacíos: los descubrimientos científicos y técnicos no alimentan ni al alma ni al espíritu. El trabajo espiritual es ciertamente una tarea de largo alcance cuyos resultados son lentos en aparecer, pero aquél que se lanza en este trabajo se vincula cada día con el mundo de los principios, descubre un sentido, y es este sentido quien le da la plenitud."
Son muy valiosos, en este sentido, los aportes de la psicoterapeuta estadounidense Frances Vaughan cuando define el concepto “inteligencia espiritual”. Ante todo remarca que la espiritualidad es la experiencia subjetiva (individual) de lo sagrado, que la religión implica el credo en un contexto comunitario y ligado a un código moral, y que la inteligencia es un potencial trans-racional o trans-personal (trans significa “más allá”) que incluye modalidades racionales e intuitivas de conocimiento, a la par de fuentes personales y colectivas de sabiduría. De este modo, la inteligencia espiritual,
a) trasciende e incluye la percepción, el sentimiento y la emoción, e inclusive la razón discursiva y la intuición;
b) sugiere sabiduría y compasión, entendimiento y paz interior, amor y libertad, profundidad y amplitud de visión;
c) puede expresarse como una obra común, enseñarse y aprenderse con poder de sanación y de perdón, e impulsar a la vez voluntad de investigación, pedagogía y servicio.
Ante tales evidencias, el pensador Gary Zukav sostiene que vamos evolucionando hacia la formación de una especie formada por individuos totales, individuos que son conscientes de su naturaleza como “seres de Luz”, y que dan forma a esa Luz conscientemente, con sabiduría y conmiseración. Por lo tanto, y como consecuencia, ha emergido el fenómeno físico de la luz en fase coherente, o sea, una luz [espiritual] que no lucha contra sí misma. Configura un nuevo fenómeno para la experiencia humana que no puede ser convertido en dogma o ideología, y mucho menos en ambición de dominio (eso que los filósofos denominan “voluntad de poder”. Refleja una nueva energía dinámica del ser humano total.
Cuando asumimos la existencia de nuestra personalidad fragmentada y de su necesidad de integración, ello trae consigo la necesidad de una elección consciente: “Cada decisión exige que elijas las partes de ti mismo que deseas cultivar, y cuáles son las partes que quieres mantener al margen”. Esto, es asumido por los iniciados como una evolución consciente. Zukav agrega: “No existe un único camino que el alma deba seguir. Existen numerosos caminos óptimos. Con cada elección creas inmediatamente numerosos caminos, de los cuales solamente uno es óptimo. En otras palabras, el camino óptimo a seguir por u alma es la elección del conocimiento, es el camino ascendente. Una vez que has realizado esta elección, aparecen variadas formas de ponerla en práctica”.
El error fatal de la civilización materialista de Occidente (del cual no escapó la ex Unión Soviética, y en el que están recurriendo China e India por su aspiración de “potencias mundiales”) consistió en afirmarse en el supuesto de que el universo es una entidad carente de vida, desprovista de sentimientos, inteligencia y propósitos.
Recomiendo dos libros maravillosos que pueden convertirse en un oportuno regalo de Año Nuevo, dedicados a quienes ya perciben en si mismos el advenimiento de una Edad Nueva, donde nuestro proceso evolutivo no es una rareza sectaria sino un cúmulo de semillas de futuro. Uno de ellos se titula Visión (editorial Sirio) y fue escrito por un vidente, el carpintero Ken Carey, que no pertenece a las culturas chamánicas pero que ha sido capaz de trasladar su atención y acceder a niveles de conocimiento que no son accesibles en estado corriente. No tiene nada que ver con una moda de supuestos “canalizadores” psíquicos a quienes la filósofa Jean Houston calificó como “restos de la mente inconsciente de ciertos egos inflados”. Al mismo tiempo ponderó a Carey diciendo que habla de una visión y de una gnosis más profunda que cualquier cultura, y más universal que ninguna teología, y clamó: “!Es el momento de reeducarnos para el servicio sagrado!”
En cierto momento, la Fuente suprema le expresa a Carey: “El tercer milenio será testigo de expediciones humanas a los planetas del sistema estelar, pero éstos no serán viajes espaciales, sino una nueva creación biológica que supondrá el culmen de la era nueva. El Despertar que tendré en el siglo XXI en el interior de la familia humana significará el comienzo del episodio final de mil años de mi desarrollo en el seno de la atmósfera de la Tierra. Durante ese milenio de paz y cooperación planetaria, la biosfera terrestre florecerá en una explosión de vida nueva sin precedentes.”
El segundo libro se titula El corazón secreto del cosmos (ediciones San Pablo), obra del cosmobiólogo Brian Swimme, un científico avanzado para quien cada persona tiene el poder de conectarse de manera directa (sensitiva, sensual y electromagnéticamente) con la energía y la información de un haz luminoso que emana desde el núcleo galáctico (el Sol), y de esta manera puede despertar a lo que es su auténtica conciencia, más elevada y profunda. Proclama:
“Nuestra misión principal como seres humanos es vivir en el universo. Algunos indígenas sudamericanos enseñan que para hacerse humano, uno debe hacerse un lugar en la inmensidad del universo. A menos que lo hagamos, no podremos encontrar nuestra verdadera naturaleza. Vagaremos dolientemente y solitarios... Perdidos entre los fragmentos de nuestra naturaleza, nos aferraremos a uno tras otro y, al hacerlo, nos alejaremos cada vez más de nuestro centro... El asunto no es evitar completamente los términos científicos o teológicos, sino buscar un lenguaje que surja de nuestra experiencia de vivir dentro de un cosmos en evolución”.
Este es el mensaje del universo: volar en la luz y saborear el néctar. Ya hemos atravesado los cinco primeros años del siglo XXI. Ante nosotros, momento tras momento, en el eterno ahora, la posibilidad de adentrarnos psíquicamente en el corazón de lo divino. El profeta William Blake lo expresó así: “Si se limpiaran los portales de la percepción, todo aparecería a los hombres tal como realmente es: infinito. Pero el hombre se ha enclaustrado, hasta ver todas las cosas a través de las estrechas rendijas de su caverna. La cisterna contiene, el manantial rebosa.”
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